En un escrito anterior (http://digaloahidigital.com/articulo/cuando-lo-que-se-enfrenta-es-un-gob...) señalaba
que, en esta contienda entre la MUD y el régimen, no se comparte el
mismo juego. No se coincide en el objetivo ni en las “reglas de juego”
para alcanzar los fines propuestos. De ahí las dificultades que impone
el diálogo a las fuerzas democráticas. Pareciera que no fuera así, pues a
simple vista lo que está en disputa es quién debe ocupar el poder. Pero
detrás de este elemento unificador se esconden fines radicalmente
diferentes sobre qué hacer con el poder.
Para el fascismo el poder es un fin en sí mismo, por ser la única
garantía de que se cumplan con los designios trascendentes reservados
para el Pueblo (con mayúscula, sujeto histórico del cambio que responde
como un solo hombre a los llamados del líder). El Pueblo cristaliza
tales designios precisamente por estar en el poder o, mejor dicho,
porque un líder esclarecido lo ejerce en su nombre para, desde ahí,
darles forma. Puede ser asegurar la pureza y superioridad de la raza
aria; restablecer en Italia la grandeza que disfrutó bajo el Imperio
Romano; revivir las glorias de la gesta emancipadora para asegurar la
independencia definitiva; y, en este orden, instaurar un “socialismo del
siglo XXI”.
En todo caso, el poder es para quedarse con él y disfrutar de sus
canonjías, pues es el Pueblo postergado que -¡al fin!- logra su
usufructo. Éstas van desde viáticos, guardaespaldas, camionetas y otros
“atributos del cargo”, hasta los “negocios” facilitados por las
relaciones de poder, siempre que no trastornen la estructura de mando o
comprometan el combate contra los enemigos.
La ideología juega un papel muy importante para los fascistas en todo
esto, pues proporciona los raciocinios para asumir, desde el poder, que
la Nación les pertenece o, mejor dicho, que ellos son la Nación. Quien
no comparte este criterio y, más bien, quiera desplazar a los fascistas
del poder, es enemigo del Pueblo y debe ser combatido; para él ni pan ni
agua.
Nada mejor para ilustrar este punto que las declaraciones del
Vice-presidente Istúriz en el sentido de que la marcha convocada por la
oposición para llegar a Miraflores “tiene que pasar por encima del
pueblo”. El pueblo mayoritario -piénsese en las multitudinarias
concentraciones del 1º de setiembre o del 28 de octubre- ¿no son pueblo,
Aristóbulo?
En democracia las fuerzas que compiten por el poder están obligadas a
hacerlo rivalizando por los favores del pueblo (en minúscula; una
asociación de personas y agrupaciones muy diversa, heterogénea y con
pluralidad de intereses y gustos, muchas veces en conflicto). Se supone
que el movimiento político que mejor interpreta las aspiraciones
mayoritarias de quienes componen ese pueblo gana las elecciones y logra
ejercer el poder.
En tal sentido, es el bienestar del pueblo lo que va a servir de
referencia para la acción política en democracia. Esto no quiere decir
que los políticos democráticos sean siempre servidores desinteresados o
desconocer que muchos cínicamente acomodan sus “ofertas” para acceder al
poder en busca de beneficios personales.
Pero bajo escrutinio de ese pueblo, directamente en asuntos
concernientes a su localidad o gremio, o indirectamente a través de los
órganos de representación y con el auxilio de medios de comunicación
independientes y libres, las prácticas malsanas tienden a ser
desenmascaradas y sufrir sus ejecutores el costo político que termina
desalojándolos del poder. De ahí la importancia decisiva de contar con
las instituciones de un Estado de Derecho y con las condiciones
requeridas para que sus preceptos se cumplan.
De modo que para Maduro y la oposición democrática luchar por el
poder no significa la misma cosa. Creer que ambos luchan por lo mismo,
solo que desde perspectivas e intereses distintos, pudiera constituir
uno de los mayores errores de la MUD a estas alturas de la contienda. Al
no proseguir el mismo fin, tampoco el régimen va a coincidir con las
razones ni con la lógica que debe guiar la solución de las diferencias.
Para empezar, ni a Maduro ni a ninguno de sus acompañantes les importa
un comino la suerte del pueblo, como lo atestigua de manera fehaciente y
trágica los niveles de hambre y miseria a que lo ha sometido por
negarse a rectificar sus políticas.
Su ineficacia y efectos perversos no van a influir para que el
gobierno busque un acercamiento con la oposición, pues estas políticas
han pasado a constituir la razón de ser de quienes hoy ocupan el poder.
Los controles, regulaciones, precios regulados –entre ellos los del
dólar y la gasolina-, la no rendición de cuentas ni el respeto por los
procedimientos del Estado de Derecho, y la discrecionalidad con que son
manejadas las compras, contratos y transacciones de todo tipo, les han
proveído de inmensas fortunas; no importa que, en paralelo, hayan
arruinado al país.
Más cuando los ampara una construcción ideológica que legitima sus
desmanes. La nueva oligarquía constituida a partir de tal disfrute del
poder en absoluto se va a sentir presionada para concertar el
restablecimiento de la soberanía popular –a través del RR16 o de
elecciones generales anticipadas- para abrir vías de solución a la
actual tragedia.
Al respecto, temo que la MUD pudiese estar metiéndose un autogol si
deja pasar definitivamente la activación del RR16 y reclamar, en
reemplazo, unas elecciones generales para principios del próximo año.
Porque éstas no están contempladas en la Constitución. Maduro acusó un
importante costo político entre partidarios –incluyendo militares- y la
opinión internacional al desenmascararse como dictador precisamente
porque inhabilitó la Carta Magna.
Con elecciones generales fuera de lapso ese argumento ahora es de
Maduro: no están contempladas en la Constitución. Y, por si no me hice
entender con lo argumentado en los párrafos anteriores, confiar en que
el gobierno “entre en razón” en interés de encontrarle salidas a los
padecimientos del país, no pasa de una inocentada irresponsable.
Y he aquí por qué mantengo que la MUD no ha sabido ejercer la ventaja
que significa representar una mayoría abrumadora a favor del cambio.
Porque lo único que hará que ceda la posición del gobierno para que
converja con la necesidad de restablecer el orden constitucional es la
fuerte presión de esa mayoría.
Véanse las infelices admoniciones de Maduro de que la oposición no va
a entrar, “ni por votos ni por balas”, en Miraflores, solo pocos días
después de haberse comprometido ante el emisario del Papa en respetar
los derechos del otro. Sin presión, vuelve a sus andanzas fascistas.
Esto significa movilizaciones de calle y apoyo internacional para que
el régimen entienda que la única base aceptable del dialogo es el
respeto al orden constitucional. De lo contrario, el diálogo será un
“tente allá” para perder tiempo e inviabilizar los reclamos
democráticos. No será la primera vez.
La búsqueda de acuerdos es perentorio por la desesperación de la
gente, sus sufrimientos y el cronograma ya bastante comprometido para el
RR16. Y estos acuerdos sólo serán factibles a partir de demostraciones
de fuerza, democráticas y en ejercicio de nuestros derechos
constitucionales.
Bajo un gobierno fascista, derecho que no se lucha por ejercer es un
derecho que se pierde. Esto no significa provocar enfrentamientos
violentos hasta que, por fin, Maduro y su gente se vean obligados a
salir. Al contrario, el desafío del liderazgo democrático está en evitar
este tipo de confrontaciones, que son las que busca el régimen para
justificar la represión y deslegitimar a la oposición.
Los fascistas, por las buenas, no van a entregar el poder. Son
demasiados los intereses acumulados, excesivo su fanatismo y blindaje
ideológico, para comprometerse con un dialogo sincero. ¿Qué va a hacer
la MUD para lograr que ello ocurra? ¿Cómo aprovechar nuestras
fortalezas?
“Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo y librarás cien batallas victoriosas”.
Sun Tzu, filósofo de la antigua China.
Economista, profesor de la UCV.
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